Pasaron tres meses. Entonces, un domingo antes de comenzar el servicio, fui a recoger a mi pariente, quien continuaba ayudando como técnico de sonido. Estaba de prisa, así que lo saludé y lo invité a seguirme. Repentinamente, me detuvo y dijo: «Détente antes de salir. ¡No hemos orado!». A veces nos olvidamos del poder de la Palabra de Dios. Cuando vemos a nuestros seres amados que no conocen a Cristo, nos entristecemos porque no quieren ir a la iglesia. Podemos estar reacios a hablarles de Dios. Sin embargo, el escuchar la Palabra de Dios tiene el poder de transformar a las personas desde su interior.
Sr. Andrei Pupko (San Petesburgo, Rusia)