-Hebreos 4.12 (NVI)
Cuando necesitábamos a alguien que manejara el sistema de sonido en nuestra iglesia, un miembro de mi familia ofreció sus servicios. Sin embargo, me advirtió: «Voy a hacer esto a cambio de nada, pero por favor recuerda que soy ateo. ¡Así que no trates de convertirme a tu fe!». Estaba complacido con la ayuda que me brindaba. No sólo controlaba el micrófono, sino que también grababa los sermones del pastor.
Pasaron tres meses. Entonces, un domingo antes de comenzar el servicio, fui a recoger a mi pariente, quien continuaba ayudando como técnico de sonido. Estaba de prisa, así que lo saludé y lo invité a seguirme. Repentinamente, me detuvo y dijo: «Détente antes de salir. ¡No hemos orado!». A veces nos olvidamos del poder de la Palabra de Dios. Cuando vemos a nuestros seres amados que no conocen a Cristo, nos entristecemos porque no quieren ir a la iglesia. Podemos estar reacios a hablarles de Dios. Sin embargo, el escuchar la Palabra de Dios tiene el poder de transformar a las personas desde su interior.
Sr. Andrei Pupko (San Petesburgo, Rusia)